P. Carlos Álvarez cjm
Es bueno que al llegar a este VI Domingo de Pascua nos sumerjamos en la contemplación del misterio fundamental del amor, el amor en Dios y el amor entre nosotros. Tal es la insistencia de las lecturas que se han proclamado.
La primera afirmación que escuchamos es ésta: Dios es Amor. Tal es su identidad más profunda. Antes que pensar en su grandeza, su poder o su trascendencia, lo más maravilloso es que nos sumerjamos en su amor. Él es amor, es todo amor, y como tal, es la fuente del amor.
La consecuencia está en lo que dice la primera Carta de Juan: “El amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios”. Si amamos es porque Dios nos ama. Si amamos es porque Dios ha depositado en nosotros su propio amor. Si amamos es porque Dios está en nosotros y nos enseña a amar.
Pero los humanos nos hemos cerrado al amor y nos hemos alejado de Dios. En el ejercicio de nuestra libertad, hemos creído que podemos vivir sin Dios y hemos caído en la esclavitud, el egoísmo, la injusticia y el pecado.
De ahí la segunda afirmación: “Dios ha demostrado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único para que vivamos gracias a él”. El misterio de Pascua que estamos celebrando es un regalo de amor. Y “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y envió a su Hijo para que ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados”.
El Padre Dios y su Hijo Jesucristo se aman desde siempre con amor eterno, y su amor se expresa en nosotros; “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor”. Sentirnos y sabernos amados por el Padre y por su Hijo nos llena de alegría y paz; pero permanecer en ese amor es acoger sus mandamientos y vivirlos.
Con todo, lo novedoso de nuestra fe es que Jesús ha sintetizado los mandamientos en uno solo para que nos quede más fácil cumplirlos: el mandamiento único del amor. “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado”. Amarnos como Jesús nos ama; amarnos como el Padre y Jesús se aman: he ahí el anhelo más profundo y el objetivo de nuestra vida cristiana.
Pero ¿cómo nos ama Jesús? Hasta dar la vida por nosotros. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. A ustedes los he llamado “amigos” porque les he dado a conocer todo lo que escuché a mi Padre”.
Somos, pues, los amigos amados de Jesús y estamos invitados a permanecer en ese amor que ha de dar mucho fruto. Permanecer es estar unido a él como la rama al árbol, y solo así daremos mucho fruto, un fruto de amor que se expresa en el amor.
Si Jesús es la expresión máxima del amor de Dios por nosotros, respondamos a ese amor con la oración que hacía siempre san Juan Eudes:
“Te amo, amantísimo Jesús; te amo, Bondad infinita. Te amo con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas, y quiero amarte siempre más y más. Amén”.