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Domingo XXII del Tiempo Ordinario

septiembre 20, 2018
by Miguel Ramirez
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Carlos Álvarez cjm 

 

Después de contemplar el misterio de la Eucaristía en el Evangelio de Juan, volvemos al Evangelio de Marcos, ahora en el capítulo 7. Recordemos que Marcos escribe a una comunidad de cristianos que viven en Roma y no conocían las costumbres judías. Por eso necesita explicarles situaciones y costumbres propias del pueblo judío, que todavía hoy persisten y nos conviene a nosotros conocer. Son costumbres alimenticias y costumbres de comportamiento en la mesa común.

Esto da pie al evangelista para hablar de dos realidades concretas y de contenido diferente: las tradiciones populares y el mandamiento de Dios.
El mandamiento viene de Dios; la tradición es propia de los hombres. El mandamiento lo recibimos en el monte Sinaí y da origen a la Alianza santa; la tradición es creación humana y pretende mantener estable y firme una costumbre que viene de los antepasados. El mandamiento nos constituye y nos identifica como pueblo elegido; la tradición pretende sostener la aplicación de un mandamiento.

El problema viene cuando se da más importancia a la tradición que al mandamiento y la misma tradición se vuelve una estructura ahogante y poco liberadora.
Por eso la enseñanza del Señor es fuerte para no caer en el peligro de darle más valor a la tradición y no al mandamiento. “Hipócritas Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres”. Qué fácil es en nuestras vidas apegarnos a estructuras y tradiciones y olvidar o descuidar el mandamiento fundamental del amor. Que el Señor nos conceda discernir y actuar con madurez para realizar siempre el mandamiento que fortalece y libera.

Marcos agrega una segunda enseñanza del Maestro, aprovechando el tema de la purificación de las manos para antes de comer. Jesús llamó a la gente y la invitó a escuchar y entender. ¿Qué es lo que verdaderamente mancha y hace impuro al hombre? “Nada que entre de afuera puede manchar al hombre”. Y propone como ejemplo una serie de acciones que, aunque se expresan en actos externos, tienen su origen en el corazón humano. Es bueno cotejar esta lista o “catálogo de pecados”, porque nos dice cuáles eran y siguen siendo las debilidades humanas que desdicen de la vida en Cristo y están siempre activas para apartarnos de la Alianza con el Señor. Son trece realidades que vale la pena no olvidar: “las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de adentro y manchan al hombre”.
Pablo llamará a estas acciones como “obras de la carne” y dirá que es fácil caer en ellas (Cfr. Gal 5,16-21), pero opondrá a estas acciones “el fruto del Espíritu” (cfr. Gal 6,222-26) que implicará lucha y esfuerzo, dedicación y ejercicio continuo para testimoniar una vida de fe, de amor y de servicio.
“Tú, Señor, nos conoces y sabes lo qué hay dentro de cada corazón. Purifica nuestras vidas con el poder de tu Espíritu para que no broten la cizaña del pecado y la injusticia, sino los frutos de una vida asumida con amor, luchada con sudor y ofrecida a Ti como alabanza de tu gloria. Amén”.

 

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